Soy gorda. No paro de comer. Mi mejor
apodo sería “la regordeta rosada”. Parezco alemana en decadencia. No puedo
creer mi necesidad y obsesión por llenar mi estómago a tal punto de querer
vomitar, ir al baño e intentar hacerlo y luego llorar porque ni la mitad de lo
que comí ha sido devuelto a la taza. Estoy muriendo. Se me hincha la cara y
lloro casi todos los días (nunca me acuerdo). No lo entiendo. Acabo de comer
galletas con queso, mañana si veo algo rico me lo tragaré. Mañana seguiré
siendo gorda. Pasado también.
Ahora es el futuro. Lo que haga ahora
dictaminará lo que sea en una semana, en un mes, en un año, en la muerte. Lo
que hice hace unos momentos fue comer. Comí en mi futuro y fui gorda en mi
futuro. Mi futuro es comida, gula y gordura.
Soy regordeta y no me gusta. Soy bulímica
y no me gusta. No lo cambio porque parece que no soy capaz.
En el verano estuve más flaca y la
gente lo sabía. Ahora engordé y la gente lo sabe. Soy tan gorda, tan cerda que
no puedo creerlo. Mi mamá me mira reprobadoramente, sabe que me lo como todo
cuando ella no está (y cuando sí, también).
La gala es en diciembre. Estaré gorda
y llorante por no haber sido capaz de cerrar la boca para poder entrar en un
vestido lindo –o al menos decente. Seré la más fea, la más mal hecha, la más
regordeta. Nunca tendré un novio lindo porque no estoy a ese nivel de lindura,
sino de los más tontos, feos y malos que hay en el mercado. No sé por qué me
entra la talla 38 de pantalón –debe ser que los agrandaron.
Soy un asco y la gente lo sabe. Soy un
asco y lo sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario